Devoré Bouvard y Pecuchet en una semana.
Se trata de dos hombres de mediana edad que se conocen durante un paseo
por la ciudad. Entablan conversación y
se atraen como polos opuestos. La
atracción deviene en amistad fraterna.
Uno cobra una herencia, y ambos dejan sus trabajos de oficinistas para
ir juntos a vivir al campo. En el campo
se dedican a investigar asuntos varios, guiados por el puro entusiasmo. La mayoría de las veces, en contra de sus
intereses materiales. También en contra
de la corriente o sentido común de su época.
Situación que pone en jaque constante su vida social. Los asuntos de interés son de lo más variado:
agricultura, ciencia y religión (porque “…un poco de ciencia nos aleja de la
religión, pero mucha nos hace volver a ella”), psicología, historia, política,
teatro, literatura. Todo viene bien para
ponerlo bajo lupa o darlo vuelta como un guante. Porque como dice el narrador, sus
inteligencias necesitaban una tarea, sus existencias una finalidad. B y P no tiene final, se trata de un
manuscrito interrumpido. Desconozco la
causa de esa interrupción, y me pregunto cuál sería el final que F le hubiera
escrito. Porque excepto que por lo menos
uno de los amigos ya esté muerto, resulta imposible no imaginarlos inventando un problema tras otro, sin parar, con
tal de que el tiempo no pase a lo bobo.
B y P
es un claro ejemplo de la definición que hace Barthes de literatura. B dice que la literatura no sabe algo, sabe de
algo. Y que todas las ciencias están
presentes en el “monumento” literario. Hace
tiempo comprobé que esa definición, me calza como anillo al dedo. Porque a esta altura si algo aprendí, se lo
debo más a la literatura que a la escuela.
Por eso, si se viene el fin del mundo y hay que salvar por lo menos algo
de su herencia cultural: B y P es el primero de mi lista.
A.B