La
película Amour de Michael Haneke pone en escena una serie de cuestiones
de debate en la actualidad . El 9 de mayo de 2012 se promulgó de hecho
en nuestro país la Ley 26.742, denominada comúnmente ley sobre la muerte
digna . Los efectos de la ley son alentadores en varios sentidos. No
sólo resguarda la dignidad de las personas, sino que por añadidura
sanciona regulando los siempre posibles excesos de una economía de mercado .
Ficha técnica y artística
Título original: Amour
Dirección: Michael Haneke
País: Francia, Alemania, Austria
Año: 2012
Duración: 125 min.
Género: Drama
Calificación: No recomendada para menores de 12 años
Reparto: Isabelle Huppert, Jean-Louis Trintignant, William Shimell, Emmanuelle Riva, Rita Blanco, Laurent Capelluto
Guión: Michael Haneke
Distribuidora: Golem Distribución
Productora: Bayerischer Rundfunk (BR), Westdeutscher Rundfunk (WDR), Les Films du Losange, X-Filme Creative Pool, Wega Film, ARD Degeto Film
“En efecto, hoy todo viejo plantea dos alternativas: la molestia o el geriátrico.”
Adolfo Bioy Casares
La película Amour de Michael Haneke pone en escena una serie de cuestiones de debate en la actualidad[1]. El 9 de mayo de 2012 se promulgó de hecho en nuestro país la Ley 26.742, denominada comúnmente ley sobre la muerte
digna[2]. Los
efectos de la ley son alentadores en varios sentidos. No sólo resguarda
la dignidad de las personas, sino que por añadidura sanciona regulando
los siempre posibles excesos de una economía de mercado[3].
TIEMPO DE MORIR
A
partir de mediados del SXX, con los progresos en ciencia y técnica, el
traslado del enfermo al hospital se hace prácticamente norma y en
consecuencia, morir en casa, una excepción[4]. Phillipe Ariés le llama a ese desplazamiento, muerte burocrática: porque ya no le pertenece ni al enfermo ni a su familia, y pasa a ser regulada por la organización sanitaria pública o privada[5].
Sin embargo, sobre “la experiencia del hombre con su propia muerte” es necesario un análisis desde perspectivas distintas respecto a esa posición particular –histórica, según Ariés- determinada por la incidencia de ciencia y técnica en la práctica médica.
En Infancia e Historia, Agamben se pregunta
por qué en nuestro tiempo la experiencia no es algo realizable. Refiere
que la expropiación de la experiencia –o incapacidad para traducir en
experiencia la existencia cotidiana- está implícita en el proyecto
fundamental de la ciencia moderna. Cita a Montaigne, última obra de la
cultura europea basada íntegramente en la experiencia. Para Montaigne el
fin último de la experiencia es un acercamiento a la muerte
,
“pero ese límite es inexperimentable”. Ironiza sobre filósofos que “han
tensado sus espíritus para ver en qué consistía ese pasaje; pero no han
regresado para contarnos sus novedades”.
Escribe Freud en 1915, durante la guerra: “…nuestro inconciente… no conoce absolutamente nada negativo… por consiguiente tampoco conoce la muerte
propia… en el fondo, nadie cree en su propia muerte… en el inconciente cada uno está convencido de su inmortalidad”. Dos consecuencias: “…la actitud convencional hacia la muerte
” será la desmentida; y la muerte
-por determinación inconciente y no por actitud de época- …la muerte
del otro. “Estoy muerto” es una conjugación imposible de enunciar en
acto: la muerte no se vive.
¿VALE LA PENA ESTAR VIVO?
Una de las consecuencias de la técnica médica es que “el tiempo de la muerte” se ha alargado y subdividido[6].
Un enfermo (antes, moribundo) puede subsistir (¿casi indefinidamente?)
hasta que su muerte cerebral sea constatada y se suspendan las medidas
de soporte vital implementadas. Un aspecto interesante de la ley sobre
muerte digna determina que
"ningún profesional interviniente que haya obrado de acuerdo con las
disposiciones de esta legislación está sujeto a responsabilidad civil,
penal o administrativa". De ese modo, despega de la vocación médica la concepción de supervivencia como un valor sacralizado[7].
BIEN MUERTO
Muerte digna, eutanasia[8] y suicidio [9]
son realidades que tensionan la idea de vida humana como un bien en sí
mismo. Al punto que hace imposible su adecuación -como guante en mano-
al concepto más general de “ser vivo”. Porque cuando se dice: “el valor
de la vida”, ¿de qué vida se habla? ¿La vida de quién? No hay la vida. Si el sujeto de esa vida no está explícito en el enunciado, es ineludiblemente tácito en su enunciación[10].
Durante
un tiempo, el escritor John Berger acompañó a John Sassall, un médico
rural amigo, en su visita a los pacientes. En su libro Un hombre afortunado,
relata esa experiencia: “Sassall es un hombre que está haciendo lo que
quiere hacer… un hombre que sabe lo que busca… Sassall es un hombre
afortunado”. Quince años después de la publicación del libro, J. B.
añade una post data: “John, el hombre a quien tanto quise, se suicidó…
su muerte ha cambiado la historia de su vida. La ha hecho más
misteriosa. Pero no más oscura. No es menos luminosa ahora: simplemente
su misterio es más violento”. Borra así, con el solo peso de su “pluma”,
cualquier interpretación de tinte moral, religioso o existencialista.
El
discurso psicoanalítico, desde su especificidad, aporta también en esa
misma dirección. Escribe Freud en “Duelo y melancolía”: “El yo sólo es
capaz de matarse cuando, debido al retorno de la investidura de objeto,
puede tratarse a sí mismo como un objeto… En las dos situaciones
opuestas, la del estado amoroso más extremo y la del suicidio, el yo es
abatido por el objeto.”
El contexto teórico previo a Duelo y melancolía es Introducción al narcisismo. Su consecuencia: el yo, objeto libidinal.
AMOUR TOJOUR LA AMOUR
En su libro Elogio del amor, Alan Badiou analiza el éxito de los llamados sitios de citas que venden promesa de “amor seguro contra todo riesgo” (…o le devolvemos su dinero): “¡Usted puede enamorarse sin sufrir!” Su conclusión, no sin cierta ironía: “sufrir, no es moderno”.
Al igual que el sociólogo inglés G. Gorer -quien afirma que en nuestro tiempo la muerte
es tabú como lo era el sexo en la época victoriana- A. B. plantea “el
amor interdicto” como pintura de época: “La amenaza que se cierne sobre
el amor es la que le niega toda importancia… reduce el amor a una
variante del hedonismo generalizado”. Imperativo o empuje a la
felicidad. Señala que el amor es una “experiencia auténtica y profunda
de la alteridad… en el amor, el sujeto intenta abordar el “ser del otro”[11]…va
más allá… de su narcisismo. En el sexo… en relación con uno mismo… el
otro sirve para descubrir lo real del goce… Si no hay relación sexual[12] …el amor es lo que está en el lugar de esta no relación.”[13]
QUÉ ROMÁNTICO
“Yo no creo en la muerte
de los que aman, ni en la vida de los que no aman.”
Macedonio Fernández
La historia relatada en Amour es susceptible de diversas interpretaciones. Una, la llamada muerte romántica (SXIX): el ser amado es un inmortal inseparable. En el duelo romántico se trata de la exaltación de la muerte
del otro (distinto al planteo de Tolstoi en La muerte
de Iván Illich: “Se murió el otro… ¡Yo, no!”). Su creencia es en esencia anti freudiana: la recuperación del objeto perdido.
En “Tótem y tabú” y “Los sueños de la muerte
de personas queridas”, para Freud: “hostilidad
inconciente escondida tras un tierno amor, conflicto de ambivalencia,
sentimientos bi-escindidos, son por disposición constitucional arquetipo
de ligazón de los seres humanos con sus seres queridos”[14].
Establecida esa disposición, la enfermedad será cuestión de grado, de
mayor o menor medida. En el caso de la neurosis obsesiva “se singulariza
por una medida particularmente elevada de esa originaria ambivalencia
de sentimientos”. La neurosis obsesiva grave es el punto exacto donde
ubica Freud el llamado duelo patológico.
Desde
el discurso de la filosofía, Alan Badiou aporta su interpretación.
Advierte que sobre el amor predomina una concepción romántica que lo
reduce al encuentro y/o la ruptura: dos caras de una misma moneda[15] . Apela a metáforas que abundan en la plena realización de la “escena del Uno” o fusión amorosa[16].
Sin embargo, para A. B. la cuestión más interesante de la experiencia
amorosa está en otro lado. Ni al principio ni al final sino justamente
ahí donde de eso no se habla. Se trata de “cambiar la pregunta
por el éxtasis de los comienzos amorosos por una verdadera interrogación
sobre la ‘duración’ que lo realiza”. Su hipótesis: “El amor inventa una
nueva temporalidad”. Pero esa, es otra historia…
[1]
Sin revelar detalles de la trama, esa serie de cuestiones son:
ortotanasia (Ortho: recto y ajustado a razón; Thanatos: muerte), más
conocida como muerte digna; eutanasia (Eu: bien) y suicidio.
[2]
El proyecto modifica la ley sobre Derechos del Paciente en su relación
con los profesionales e instituciones de la salud y establece el "derecho
a aceptar o rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos o
biológicos, con o sin expresión de causa, como así también revocar
posteriormente su manifestación de la voluntad.” El espíritu de la
ley se encuentra en sintonía con la encíclica Evangelium Vitae escrita
por el Papa Juan Pablo II en 1995 en la que menciona que "se puede en
conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una
prolongación precaria y penosa de la existencia".
[3]
Si por razones de sistema la medicina es mercancía, que al menos no sea
una más entre otras. Bienvenida la ley, una pregunta se vuelve
ineludible: ¿no se encuentra afectado ese derecho si resulta necesario
una ley para establecerlo? Porque no es lo mismo prohibir o impedir… que
permitir. Por otro lado, en ocasiones una ley establece condiciones
luego no accesibles a la ciudadanía en su conjunto. Ver El inconsciente, enfermedad mental, Jorge Jinkis, Conjetural 57.
[4] La muerte
de Iván Illich, narrada a fines del SXIX, ilustra un momento bisagra:
el comienzo de una sociedad en vías de “medicalización”. El médico deja
de ser quien más que curar, alivia el dolor y acompaña. Ya no se trata
de la persona del enfermo sino de la certeza sobre un diagnóstico, “un debate entre órganos”.
Sin embargo, la escena clásica del final permanece intacta: revisión de
la vida, últimas disposiciones y despedida. Todo eso en lecho propio y
rodeado de seres queridos.
Otra modalidad habitual es la enfermera
domiciliaria. Sobre todo desde que el ingreso de la mujer al mercado
laboral transformó el cuidado de los enfermos en una carga familiar.
[5] En su libro El hombre ante la muerte
,
pone como ejemplo los hospitales públicos, donde concurre en general el
sector pobre de la población: poco antes de morir, empleados de
enfermería cierran los ojos de los pacientes… porque así se hace más
fácil. En el extremo opuesto, nacimientos: partos y cesáreas se
programan según congresos o merecidas vacaciones del obstetra.
[6]
En muerte cerebral, biológica y celular (las antiguas señales: parada
de corazón y respiración, en ocasiones ya no bastan). En consecuencia:
vida cerebral, biológica, celular. Esos diferentes tipos de vida, ¿son
equivalentes a “estar vivo”?
[7]La película Bella addormentada, del
director Marco Bellocchio, relata la historia real de Eluana Englaro,
una joven que después de sufrir un accidente permanece con asistencia
mecánica en estado vegetativo, durante diecisiete años. El punto de
vista del director es interesante porque refleja una complejidad de
imposible definición blanco o negro. El contexto de la historia (Italia,
2009) evidencia que a veces poder político y religioso… son cuestión de
vida o muerte. Su puesta en escena tiene un efecto sumamente
inquietante porque dista del amparo proveniente de cualquier tipo de
postura dogmática. Tal vez por eso, en oportunidad de verla, sucedieron
en la sala una serie de situaciones atípicas. Una: la proyección fue
interrumpida a causa del pedido de auxilio de una mujer, convencida de
que su marido estaba muerto cuando, en realidad, el hombre se encontraba
profundamente dormido. Desde angustia hasta sopor… de todo, menos
indiferencia por parte del público presente.
[8] Muerte digna y eutanasia no son lo mismo. En el primer caso, no se trata de “adelantar o decidir” la muerte
de un paciente. Sino de procurarle alivio y no prolongar su vida por
medios mecánicos si esa no es su voluntad o la de su familia. Sin
embargo, en un punto, se rozan. Porque cuando ese derecho no está
resguardado por el Estado, la eutanasia puede resultar una medida
extrema consecuencia de ese déficit. En un sentido opuesto, algo similar
sucede con la penalización del aborto y la muerte de mujeres, en su
mayoría pobres, a causa de las condiciones en que se realiza esa
práctica clandestina.
[9] La película Algunas horas de la primavera,
del director Sthéphane Brizé, relata la historia de una mujer que
padece una enfermedad terminal de deterioro progresivo, quien decide
recurrir a la práctica de un suicidio asistido, legalizada en Suiza. La
historia invita a reflexionar sobre el porqué de esa decisión. No sólo
por qué alguien en esa situación decide ponerle fin a su vida a pesar de
los cuidados paliativos que su médica tratante asegura brindar durante
el recrudecimiento de la enfermedad. La puesta en escena tiene un tono
perturbador: la mujer, ¿”elige esa opción” como quien compra un producto
entre otros en la góndola del supermercado? Efecto potenciado por la
particular estética de la médica suiza -quien le administra a la mujer
un jugo de naranja… letal- más apropiada para guía de turismo o
publicidad de pasta dental. La novela Ámsterdam, de Ian Mc
Ewan, tiene sobre el tema del suicidio asistido una mirada irónica y
humor dark. Agradezco conversaciones sobre este tema a Silvia Olivieri,
psicoanalista y amiga.
[10] En ese sentido, la expresión perteneciente al género velorio:“Así es la vida”,
es más atinada. Porque alude a una condición humana democrática e
universal: la mortalidad. Borges se burlaba de esa famosa premisa
universal: “morir es una costumbre que sabe tener la gente… cualquiera
puede ser el primer inmortal”.
[11]
Lacan distingue objeto de amor y ser del otro. También goce /deseo y su
articulación vía el amor. Señala, básicamente, una tensión entre el
campo del Uno y el campo del Otro. Si el goce es del Uno, ¿cómo se
vincula el goce con el otro? Para un poeta… ¿el misterio del amor?
[12] A. B. cita a Lacan.
[13]
La forclusión del Nombre del Padre es una entre otras. “La mujer no
existe” señala el significante de la mujer como forcluido. No hay
significante de la relación sexual.
[14] En Amour,
cerca del desenlace, la mujer –postrada y en franco deterioro- se niega
a alimentarse: primero, cierra la boca; después, escupe la comida. Su
marido, lejos de la compasión, le da vuelta la cara de una soberana
cachetada.
[15] En una época no muy lejana se decía del encuentro amoroso: “Chocaron los planetas”. Es decir, ¡el fin del mundo!
[16] En lenguaje popular: la media naranja. Cuando se juntan… chorrean.

