viernes, 7 de febrero de 2014

AMOUR (ÙLTIMA PARTE)

La película Amour de Michael Haneke pone en escena una serie de cuestiones de debate en la actualidad . El 9 de mayo de 2012 se promulgó de hecho en nuestro país la Ley 26.742, denominada comúnmente ley sobre la muerte digna . Los efectos de la ley son alentadores en varios sentidos. No sólo resguarda la dignidad de las personas, sino que por añadidura sanciona regulando los siempre posibles excesos de una economía de mercado .




 Ficha técnica y artística
Título original: Amour
Dirección: Michael Haneke
País: Francia, Alemania, Austria
Año: 2012
Duración: 125 min.
Género: Drama
Calificación: No recomendada para menores de 12 años
Reparto: Isabelle Huppert, Jean-Louis Trintignant, William Shimell, Emmanuelle Riva, Rita Blanco, Laurent Capelluto
Guión: Michael Haneke
Distribuidora: Golem Distribución
Productora: Bayerischer Rundfunk (BR), Westdeutscher Rundfunk (WDR), Les Films du Losange, X-Filme Creative Pool, Wega Film, ARD Degeto Film

                                             
                          

 “En efecto, hoy todo viejo plantea dos alternativas: la molestia o el geriátrico.”
                                                                          Adolfo Bioy Casares


La película Amour de Michael Haneke pone en escena una serie de cuestiones de debate en la actualidad[1]. El 9 de mayo de 2012 se promulgó de hecho en nuestro país la Ley 26.742, denominada comúnmente ley sobre la muerte digna[2]. Los efectos de la ley son alentadores en varios sentidos. No sólo resguarda la dignidad de las personas, sino que por añadidura sanciona regulando los siempre posibles excesos de una economía de mercado[3].



TIEMPO DE MORIR
  
A partir de mediados del SXX, con los progresos en ciencia y técnica, el traslado del enfermo al hospital se hace prácticamente norma y en consecuencia, morir en casa, una excepción[4]. Phillipe Ariés le llama a ese desplazamiento, muerte burocrática: porque ya no le pertenece ni al enfermo ni a su familia, y pasa a ser regulada por la organización sanitaria pública o privada[5].
Sin embargo, sobre “la experiencia del hombre con su propia muerte” es necesario un análisis desde perspectivas distintas respecto a esa posición particular –histórica, según Ariés- determinada por la incidencia de ciencia y técnica en la práctica médica.
En Infancia e Historia, Agamben se pregunta por qué en nuestro tiempo la experiencia no es algo realizable. Refiere que la expropiación de la experiencia –o incapacidad para traducir en experiencia la existencia cotidiana- está implícita en el proyecto fundamental de la ciencia moderna. Cita a Montaigne, última obra de la cultura europea basada íntegramente en la experiencia. Para Montaigne el fin último de la experiencia es un acercamiento a la muerte, “pero ese límite es inexperimentable”. Ironiza sobre filósofos que “han tensado sus espíritus para ver en qué consistía ese pasaje; pero no han regresado para contarnos sus novedades”.
Escribe Freud en 1915, durante la guerra: “…nuestro inconciente… no conoce absolutamente nada negativo… por consiguiente tampoco conoce la muerte propia… en el fondo, nadie cree en su propia muerte… en el inconciente cada uno está convencido de su inmortalidad”. Dos consecuencias: “…la actitud convencional hacia la muerte” será la desmentida; y la muerte -por determinación inconciente y no por actitud de época- …la muerte del otro. “Estoy muerto” es una conjugación imposible de enunciar en acto: la muerte no se vive.


¿VALE LA PENA ESTAR VIVO?
  
Una de las consecuencias de la técnica médica es que “el tiempo de la muerte” se ha alargado y subdividido[6]. Un enfermo (antes, moribundo) puede subsistir (¿casi indefinidamente?) hasta que su muerte cerebral sea constatada y se suspendan las medidas de soporte vital implementadas. Un aspecto interesante de la ley sobre muerte digna determina que "ningún profesional interviniente que haya obrado de acuerdo con las disposiciones de esta legislación está sujeto a responsabilidad civil, penal o administrativa". De ese modo, despega de la vocación médica la concepción de supervivencia como un valor sacralizado[7].


BIEN MUERTO

Muerte digna, eutanasia[8] y suicidio [9] son realidades que tensionan la idea de vida humana como un bien en sí mismo. Al punto que hace imposible su adecuación -como guante en mano- al concepto más general de “ser vivo”. Porque cuando se dice: “el valor de la vida”, ¿de qué vida se habla? ¿La vida de quién? No hay la vida. Si el sujeto de esa vida no está explícito en el enunciado, es ineludiblemente tácito en su enunciación[10].
Durante un tiempo, el escritor John Berger acompañó a John Sassall, un médico rural amigo, en su visita a los pacientes. En su libro Un hombre afortunado, relata esa experiencia: “Sassall es un hombre que está haciendo lo que quiere hacer… un hombre que sabe lo que busca… Sassall es un hombre afortunado”. Quince años después de la publicación del libro, J. B. añade una post data: “John, el hombre a quien tanto quise, se suicidó… su muerte ha cambiado la historia de su vida. La ha hecho más misteriosa. Pero no más oscura. No es menos luminosa ahora: simplemente su misterio es más violento”. Borra así, con el solo peso de su “pluma”, cualquier interpretación de tinte moral, religioso o existencialista.
El discurso psicoanalítico, desde su especificidad, aporta también en esa misma dirección. Escribe Freud en “Duelo y melancolía”: “El yo sólo es capaz de matarse cuando, debido al retorno de la investidura de objeto, puede tratarse a sí mismo como un objeto… En las dos situaciones opuestas, la del estado amoroso más extremo y la del suicidio, el yo es abatido por el objeto.”
El contexto teórico previo a Duelo y melancolía es Introducción al narcisismo. Su consecuencia: el yo, objeto libidinal.


AMOUR TOJOUR LA AMOUR

En su libro Elogio del amor, Alan Badiou analiza el éxito de los llamados sitios de citas que venden promesa de “amor seguro contra todo riesgo” (…o le devolvemos su dinero): “¡Usted puede enamorarse sin sufrir!” Su conclusión, no sin cierta ironía: “sufrir, no es moderno”.
Al igual que el sociólogo inglés G. Gorer -quien afirma que en nuestro tiempo la muerte es tabú como lo era el sexo en la época victoriana- A. B. plantea “el amor interdicto” como pintura de época: “La amenaza que se cierne sobre el amor es la que le niega toda importancia… reduce el amor a una variante del hedonismo generalizado”. Imperativo o empuje a la felicidad. Señala que el amor es una “experiencia auténtica y profunda de la alteridad… en el amor, el sujeto intenta abordar el “ser del otro”[11]…va más allá… de su narcisismo. En el sexo… en relación con uno mismo… el otro sirve para descubrir lo real del goce… Si no hay relación sexual[12] …el amor es lo que está en el lugar de esta no relación.”[13]


QUÉ ROMÁNTICO

“Yo no creo en la muerte de los que aman, ni en la vida de los que no aman.”
                                                Macedonio Fernández

La historia relatada en Amour es susceptible de diversas interpretaciones. Una, la llamada muerte romántica (SXIX): el ser amado es un inmortal inseparable. En el duelo romántico se trata de la exaltación de la muerte del otro (distinto al planteo de Tolstoi en La muerte de Iván Illich: “Se murió el otro¡Yo, no!”). Su creencia es en esencia anti freudiana: la recuperación del objeto perdido.
En “Tótem y tabú” y “Los sueños de la muerte de personas queridas”, para Freud: “hostilidad inconciente escondida tras un tierno amor, conflicto de ambivalencia, sentimientos bi-escindidos, son por disposición constitucional arquetipo de ligazón de los seres humanos con sus seres queridos”[14]. Establecida esa disposición, la enfermedad será cuestión de grado, de mayor o menor medida. En el caso de la neurosis obsesiva “se singulariza por una medida particularmente elevada de esa originaria ambivalencia de sentimientos”. La neurosis obsesiva grave es el punto exacto donde ubica Freud el llamado duelo patológico.
Desde el discurso de la filosofía, Alan Badiou aporta su interpretación. Advierte que sobre el amor predomina una concepción romántica que lo reduce al encuentro y/o la ruptura: dos caras de una misma moneda[15] . Apela a metáforas que abundan en la plena realización de la “escena del Uno” o fusión amorosa[16]. Sin embargo, para A. B. la cuestión más interesante de la experiencia amorosa está en otro lado. Ni al principio ni al final sino justamente ahí donde de eso no se habla. Se trata de “cambiar la pregunta por el éxtasis de los comienzos amorosos por una verdadera interrogación sobre la ‘duración’ que lo realiza”. Su hipótesis: “El amor inventa una nueva temporalidad”. Pero esa, es otra historia…




[1] Sin revelar detalles de la trama, esa serie de cuestiones son: ortotanasia (Ortho: recto y ajustado a razón; Thanatos: muerte), más conocida como muerte digna; eutanasia (Eu: bien) y suicidio.
[2] El proyecto modifica la ley sobre Derechos del Paciente en su relación con los profesionales e instituciones de la salud y establece el "derecho a aceptar o rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos, con o sin expresión de causa, como así también revocar posteriormente su manifestación de la voluntad.” El espíritu de la ley se encuentra en sintonía con la encíclica Evangelium Vitae escrita por el Papa Juan Pablo II en 1995 en la que menciona que "se puede en conciencia renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia".
[3] Si por razones de sistema la medicina es mercancía, que al menos no sea una más entre otras. Bienvenida la ley, una pregunta se vuelve ineludible: ¿no se encuentra afectado ese derecho si resulta necesario una ley para establecerlo? Porque no es lo mismo prohibir o impedir… que permitir. Por otro lado, en ocasiones una ley establece condiciones luego no accesibles a la ciudadanía en su conjunto. Ver El inconsciente, enfermedad mental, Jorge Jinkis, Conjetural 57.
[4] La muerte de Iván Illich, narrada a fines del SXIX, ilustra un momento bisagra: el comienzo de una sociedad en vías de “medicalización”. El médico deja de ser quien más que curar, alivia el dolor y acompaña. Ya no se trata de la persona del enfermo sino de la certeza sobre un diagnóstico, “un debate entre órganos”. Sin embargo, la escena clásica del final permanece intacta: revisión de la vida, últimas disposiciones y despedida. Todo eso en lecho propio y rodeado de seres queridos. 
Otra modalidad habitual es la enfermera domiciliaria. Sobre todo desde que el ingreso de la mujer al mercado laboral transformó el cuidado de los enfermos en una carga familiar.
[5] En su libro El hombre ante la muerte, pone como ejemplo los hospitales públicos, donde concurre en general el sector pobre de la población: poco antes de morir, empleados de enfermería cierran los ojos de los pacientes… porque así se hace más fácil. En el extremo opuesto, nacimientos: partos y cesáreas se programan según congresos o merecidas vacaciones del obstetra.
[6] En muerte cerebral, biológica y celular (las antiguas señales: parada de corazón y respiración, en ocasiones ya no bastan). En consecuencia: vida cerebral, biológica, celular. Esos diferentes tipos de vida, ¿son equivalentes a “estar vivo”?
[7]La película Bella addormentada, del director Marco Bellocchio, relata la historia real de Eluana Englaro, una joven que después de sufrir un accidente permanece con asistencia mecánica en estado vegetativo, durante diecisiete años. El punto de vista del director es interesante porque refleja una complejidad de imposible definición blanco o negro. El contexto de la historia (Italia, 2009) evidencia que a veces poder político y religioso… son cuestión de vida o muerte. Su puesta en escena tiene un efecto sumamente inquietante porque dista del amparo proveniente de cualquier tipo de postura dogmática. Tal vez por eso, en oportunidad de verla, sucedieron en la sala una serie de situaciones atípicas. Una: la proyección fue interrumpida a causa del pedido de auxilio de una mujer, convencida de que su marido estaba muerto cuando, en realidad, el hombre se encontraba profundamente dormido. Desde angustia hasta sopor… de todo, menos indiferencia por parte del público presente.
[8] Muerte digna y eutanasia no son lo mismo. En el primer caso, no se trata de “adelantar o decidir” la muerte de un paciente. Sino de procurarle alivio y no prolongar su vida por medios mecánicos si esa no es su voluntad o la de su familia. Sin embargo, en un punto, se rozan. Porque cuando ese derecho no está resguardado por el Estado, la eutanasia puede resultar una medida extrema consecuencia de ese déficit. En un sentido opuesto, algo similar sucede con la penalización del aborto y la muerte de mujeres, en su mayoría pobres, a causa de las condiciones en que se realiza esa práctica clandestina.
[9] La película Algunas horas de la primavera, del director Sthéphane Brizé, relata la historia de una mujer que padece una enfermedad terminal de deterioro progresivo, quien decide recurrir a la práctica de un suicidio asistido, legalizada en Suiza. La historia invita a reflexionar sobre el porqué de esa decisión. No sólo por qué alguien en esa situación decide ponerle fin a su vida a pesar de los cuidados paliativos que su médica tratante asegura brindar durante el recrudecimiento de la enfermedad. La puesta en escena tiene un tono perturbador: la mujer, ¿”elige esa opción” como quien compra un producto entre otros en la góndola del supermercado? Efecto potenciado por la particular estética de la médica suiza -quien le administra a la mujer un jugo de naranja… letal- más apropiada para guía de turismo o publicidad de pasta dental. La novela Ámsterdam, de Ian Mc Ewan, tiene sobre el tema del suicidio asistido una mirada irónica y humor dark. Agradezco conversaciones sobre este tema a Silvia Olivieri, psicoanalista y amiga.
[10] En ese sentido, la expresión perteneciente al género velorio:“Así es la vida”, es más atinada. Porque alude a una condición humana democrática e universal: la mortalidad. Borges se burlaba de esa famosa premisa universal: “morir es una costumbre que sabe tener la gente… cualquiera puede ser el primer inmortal”.
[11] Lacan distingue objeto de amor y ser del otro. También goce /deseo y su articulación vía el amor. Señala, básicamente, una tensión entre el campo del Uno y el campo del Otro. Si el goce es del Uno, ¿cómo se vincula el goce con el otro? Para un poeta… ¿el misterio del amor?
[12] A. B. cita a Lacan.
[13] La forclusión del Nombre del Padre es una entre otras. “La mujer no existe” señala el significante de la mujer como forcluido.  No hay significante de la relación sexual.
[14] En Amour, cerca del desenlace, la mujer –postrada y en franco deterioro- se niega a alimentarse: primero, cierra la boca; después, escupe la comida. Su marido, lejos de la compasión, le da vuelta la cara de una soberana cachetada.
[15] En una época no muy lejana se decía del encuentro amoroso: “Chocaron los planetas”. Es decir, ¡el fin del mundo!
[16] En lenguaje popular: la media naranja. Cuando se juntan… chorrean. 





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